CRÓNICA
Ayer nuestro país conmemoró 210 años del grito de independencia, el hecho que inició toda la gesta libertadora; el punto de partida de todo. Aunque la mayoría lo crea y diga, NO celebramos nuestra independencia como tal, ésta se logró nueve años después, el 07 de agosto de 1819; pero esa es otra historia.
En ese día gris y lluvioso que fue nuestro lunes 20 de julio, mientras las autoridades cívicas, y militares rendían honor a tan importante fecha patria, enarbolando en las instalaciones del Comando del Departamento de Policía de Arauca nuestro tricolor nacional y rememorando a través de la mente pródiga del doctor Jorge Nel Navea Hidalgo, las hazañas y sucesos de aquel otrora, a la mayoría de ciudadanos araucanos al parecer poco les interesaba el hecho.
Y es que realmente dio tristeza, recorrer algunas calles de nuestro municipio capital y encontrar que las viviendas no se encontraban adornadas con el amarillo, azul y rojo de nuestra bandera; un símbolo que antaño era obligatorio colocar al frente de nuestros hogares, so pena incluso de ser sancionados por las autoridades de llegar a omitirlo.
Genera pesar el observar cómo aquellos valores cívicos y patrios que se inculcaban en la escuela se han ido perdiendo; valores tan sencillos pero tan importantes a la vez para nuestra formación como buenos ciudadanos: colocarnos de pie o detenernos, si estamos en tránsito, al escuchar el Himno Nacional; izar la bandera en las fiestas patrias; acompañar los actos conmemorativos; en fin, un sinnúmero de sencillas acciones que nos permitían sentirnos realmente miembros de una sociedad.
Pero cada vez somos menos de nosotros mismos; la globalización, las tecnologías y el extranjerismo se han ido calando tan hondo en nuestra cotidianidad, que hemos olvidado nuestras propias raíces, hemos dejado de resaltar aquello que nos representa e identifica frente al mundo. Podrá ser que estamos exagerando con el que los araucanos no hayan colocado una bandera frente a sus casas, pero es que si somos capaces de olvidar el esfuerzo de nuestros antepasados, de no ponderar nuestra propia identidad, cómo queremos que se nos tome en cuenta en un mundo en el que cada vez somos todos más homogéneos.
Está en nuestras manos rescatar esas costumbres sanas, sembrar en nuestros hijos el amor por su patria, por sus símbolos, por su cultura, por nuestra tierra, que mal o bien es en la que vivimos y de la cual debemos sentirnos plenamente orgullosos. Que nuestros maestros retomen esa cátedra de valores cívicos e inculquen en niños y jóvenes el respeto por esa historia que hace 210 años atrás a fuerza de sangre y fuego gestó las bases para que nos convirtiéramos en una nación soberana y libre del entonces yugo español, pero aún esclava de otras circunstancias.